El Papa denuncia la falta de voluntad para poner fin a la guerra en Siria

Mientras que los rebeldes celebran que han roto el cerco sobre Alepo, el gobierno de Al Assad lo desmiente. Lo cierto es que a siete de agosto se cumple un mes de brutal asedio sobre una ciudad en la que la batalla se libra barrio a barrio y en la que cada palmo conquistado sobre el enemigo se celebra como si se hubiera ganado la guerra. En parte, porque según los analistas, la victoria sobre Alepo determinará de que lado se inclinará la balanza final. Juegos de guerra aparte, el asedio ha dejado un saldo diario de decenas de víctimas mortales, al menos siete estructuras hospitalarias destruidas y a unas 300.000 personas en riesgo de morir de hambre.

Por eso, este domingo el Santo Padre ha querido hablar de esta situación durante el rezo del Ángelus. Se ha referido específicamente al drama de la ciudad de Alepo, la en otro tiempo joya de Siria, pero sobre todo, ha hecho una enérgica denuncia: «Es inaceptable que tantas personas inermes, también tantos niños, tengan que pagar el precio del conflicto; el precio de la cerrazón de corazón y de la falta de voluntad de paz de los poderosos». En las preocupaciones del Papa está la castigada población civil de esta ciudad en la que, como el resto de alepinos, unos 150.000 cristianos también han padecido las consecuencias de la violencia fratricida. Dos de cada tres ya se han marchado y los que quedan conviven con la incertidumbre de no saber si morirán de camino a misa.

Y también ha dado este tirón de orejas a “«los poderosos» y a su nula voluntad -que no capacidad- de poner fin a la peor guerra de este siglo. Como tantas veces ha denunciado el propio Francisco, el lucrativo negocio de la venta de armas tiene más peso, en este caso, que el de las miles de almas inocentes que el conflicto se ha llevado por delante.

El Papa ha pedido este domingo una oración por todos los sirios que sufren esta guerra desde hace casi cinco años y medio. «Los confiamos a la materna protección de la Virgen María», ha dicho, y después ha pedido silencio a los peregrinos de la plaza y que se unieran a él en el rezo del Avemaría.

En su catequesis previa, ha recordado una de sus frases más famosas, «la mortaja no tiene bolsillos» para explicar que no tiene sentido vivir apegados a los bienes materiales ni al dinero porque no podremos llevarlos cuando nos llegue la hora. «Se deben usar con la lógica de Dios, con la lógica de la atención a los demás, con la lógica del amor», ha recomendado.

El Santo Padre ha señalado que la raíz del mal que cometen las personas se encuentra en pensar que se es dueño de la vida de los demás. Cuando no se pervierte la actitud de servicio, se cae en pensar que los otros son un instrumento a nuestra disposición: «Muchas injusticias, violencias y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarnos como señores de la vida de los otros».

Por último, ha explicado que, lejos de cruzarse de brazos ante la promesa de la vida eterna y el Paraíso, los cristianos están llamados a esforzarse para hacer de este mundo un lugar «más justo y habitable». Es precisamente «la esperanza de eternidad» la que nos debe empujar a «mejorar las condiciones de vida en esta tierra, especialmente para los hermanos más débiles», ha sentenciado Francisco ante los peregrinos que abarrotaban la plaza de San Pedro.

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