Todo, en busca de silencio: Un hombre caminó hasta el Polo Sur y subió hasta la cima del Monte Everest

El explorador, abogado, editor y coleccionista de arte Erling Kagge en 1993 llegó hasta la Antártida para caminar en absoluta soledad hasta el Polo Sur durante 50 días en busca del silencio. El hombre tiene tres hijas, de 21, 18 y 15 años, las vio crecer con los teléfonos adheridos, siempre conectadas. Un día pensó en explicarles acerca de la importancia del silencio y la paradoja de su imposibilidad, por lo cual lo escribió un libro para ellas, que empezó con tres preguntas:

¿Qué es el silencio?

¿Dónde se encuentra?

¿Por qué es hoy más importante que nunca?

El autor, Erling Kagge, es explorador, abogado, coleccionista de arte, editor y padre de tres hijas hiperconectadas.

Su libro, Silence in the Age of Noise (El silencio en la era del ruido), resume 33 intentos de responderlas que recorren con el explorador noruego los territorios más extraños —desde el Polo Sur a la sonora ciudad de Los Angeles, en California, Estados Unidos— donde buscar eso que, según les dijo a sus hijas un domingo durante la comida, por más de que no le creyeron, “guarda en su interior los secretos del mundo”.

“Las dos mayores lo leyeron”, dijo en una entrevista publicada en la revista inglesa ’52 Insights’. “Les pareció interesantes y fueron muy positivas. Todavía se la pasan en sus teléfonos todo el tiempo, pero pienso que tuvo un efecto en el modo en que viven”. La menor, sin embargo, comenzó a leerlo pero desistió: “Pensó que era una pérdida de tiempo”, expresó.

Erling Kagge atravesó el Altántico, escaló el Everest y caminó hasta el Polo Sur y el Polo Norte, siempre solo.

Kagge es la primera persona que llegó al Polo Norte, al Polo Sur y a la cumbre del Everest completamente a pie en la historia de la humanidad. En su expedición a la Antártida, estaba tan convencido de que no quería escuchar un sonido ni siquiera en caso de una emergencia, que antes de dar el primer paso desechó las baterías de la radio que le habían impuesto.

Aquella noche de hace años atrás, cuando trató de compartir con sus hijas su admiración por el silencio, las adolescentes lo miraron con incredulidad. “El silencio… no es nada, ¿verdad?”, escribió. “Antes de que lograra explicarles cómo el silencio puede ser un amigo, y un lujo más valioso que esas carteras de Louis Vuitton que tanto desean, ya habían decidido que el silencio es algo que está bien para cuando uno está triste. Pero más allá, es algo inútil”.

Su libro es una especie de meditación sobre el silencio exterior, el silencio interior y el silencio que falta en el “mundo hiperconectado”. Su propia experiencia —en los polos y en la red de alcantarillas de Nueva York; cruzando sin compañía el Océano Atlántico y en una habitación con aislamiento acústico bajo el Centro Pompidou de París— se mezcla con observaciones de poetas, deportistas, filósofos, músicos y exploradores en 33 capítulos cortos, uno por cada intento de respuesta para sus hijas, separados por fotos que él tomó durante sus expediciones.

“Cuando no puedo caminar, escalar o navegar para salirme del mundo, lo silencio. He aprendido a hacerlo”, escribió. No fue un aprendizaje veloz: “Solo cuando comprendí que tenía una necesidad primordial de silencio pude comenzar a buscarlo, y ahí estaba, muy debajo de una cacofonía de ruido de tránsito y pensamiento, música y máquinas, iPhones y barredoras de nieve, esperando por mí. El silencio”.

Luego de 50 días en el Polo Sur, a Erling Kagge le costó volver a hablar.

Su libro destaca el modo en que el silencio “puede enriquecer la vida y ser algo positivo”, dijo. “También es algo que nos falta, y mucho, en la sociedad”. Si nada viene de nada, pensar que el silencio es nada equivale a pensar que nada saldrá de él, argumentó. “Pero creo que eso es un error, porque el silencio es algo”.

En el Polo Sur, por ejemplo, al comienzo solo vio una extensión idéntica de nieve muda. Pero al cabo de unas horas de marcha comenzó a identificar diferentes sonidos del viento y el suelo, y de sí mismo en ese ambiente, del que era parte. El silencio también venía del interior, con esas ideas. “La Antártida no es un lugar completamente silencioso, pero es un lugar realmente muy tranquilo”, recordó.

De 50 días y 50 noches, dijo a 52 Insights, “oólo extrañé el mundo algunas horas”. Y al regresar a él lo que más le costó fue volver a hablar, volver a vivir mediante los dispositivos, volver a sumergirse en distracciones.

El autor noruego también buscó el silencio en ámbitos urbanos, como el sistema de alcantarillas de Nueva York.

Entre sus hallazgos en el silencio, se destaca la paradoja de que, acaso, el silencio sea imposible. “Ahora creo que no voy a encontrar un lugar completamente silencioso”, dijo.

“Existe esta habitación bajo tierra en medio de París, cerca del Centro Pompidou, donde se supone que no hay ruidos en absoluto. Así que luego de terminar mi libro fui allí, y me resultó algo realmente extraño. Sin sonidos, pronto se vuelve difícil saber dónde queda arriba y dónde queda abajo, etcétera. Al final uno termina escuchando los latidos de su propio corazón, su propia respiración, casi puede escuchar cómo circula la sangre. Es decir que incluso ahí hay ruido”.

Cortar madera, tejer, tocar el piano, leer: de ese modo las personas canalizan su necesidad de silencio. Una necesidad de silencio exterior y también interior, según Kagge: “Encontrarse a uno mismo es una de las cosas más difíciles de hacer en la vida, y por eso es tan importante”, dijo. “A lo largo de la historia siempre ha existido este consejo, conócete a ti mismo, y creo que se debería tomar en serio cualquier consejo que dure más de 1.000 años”.

 

Con información de Infobae.

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