De San Nicolás a Santa Claus: una historia que tiene origen hace casi dos mil años

Papá Noel o Santa Claus es la figura más querida de la temporada navideña, lo que da fe de todo el idealismo y los buenos sentimientos asociados con él. Un personaje entrañable cuyos orígenes se remontan a casi dos milenios atrás. En los siguientes párrafos conoceremos su apasionante travesía desde el imperio romano hasta las chimeneas y centros comerciales de nuestros días.

De Turquía para el mundo

Aunque hoy se le conoce y aprecia en casi todo el mundo, el verdadero San Nicolás casi no salió de su Turquía natal. Nació en Patara hacia el año 270 d.C. y perteneció a una familia adinerada. Cuando sus padres murieron tras una epidemia de peste, Nicolás abrazó la vida religiosa, repartió su fortuna entre los pobres y se ordenó sacerdote a los 19 años. Poco después, sustituyó a su tío como arzobispo de la ciudad de Myra, en el sur de su país.

Durante sus largos años en el cargo, Nicolás se destacó por su gran bondad y su defensa a ultranza de la ortodoxia religiosa, especialmente en el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 y que sentó las bases de la doctrina católica. Su celo lo llevó incluso a enfrentarse a golpes con el prelado Arrio, quien negaba la divinidad de Cristo.

Nicolás murió siendo arzobispo de Myra hacia el año 345. De inmediato, corrieron numerosas leyendas que dieron fe de su gran bondad hacia los menos favorecidos y que fueron determinantes para su futura conversión en Santa Claus.

Una de ellas refería la historia de un comerciante, que tras quedar arruinado e imposibilitado de proveer de dote a sus tres hijas para que estas se casaran, optó por prostituirlas. El santo, que aún no había renunciado a su fortuna, se las arregló para arrojar discretamente por la ventana de la casa del comerciante varias bolsas de oro y así salvar a las muchachas de tan triste destino. Versiones posteriores convirtieron las bolsas en manzanas doradas y las hicieron caer en las medias puestas junto a la ventana para secarse. Así tomaron forma dos importantes elementos iconográficos de la Navidad.

Otros relatos refieren que el buen obispo resucitó a tres jóvenes asesinados por un posadero, que salvó a tres inocentes del hacha del verdugo o que devolvió la vida a un marinero ahogado. Todas estas historias le dieron una gran popularidad y lo consolidaron como santo patrono de los inocentes, las vírgenes, los marineros y muy especialmente los niños, entre muchas otras “especialidades”. Se le consagraron más de dos mil templos en todo el mundo y países como Rusia, Turquía y Grecia lo honraron como su santo protector.

Como su fiesta se celebra el 6 de diciembre, no tardó en potenciarse el rol de Nicolás como generoso proveedor de regalos a los niños en temporada navideña. Siglos más tarde, debido a la Reforma Protestante, pasó a centrar su entrega de obsequios en el día de Navidad.

Los restos de San Nicolás permanecieron enterrados en una iglesia de Myra (hoy llamada Demre) hasta finales del siglo XI, cuando 63 marineros de la ciudad italiana de Bari, deseosos de engrandecer su patria y temerosos del avance musulmán en Turquía, robaron los huesos del obispo y los hicieron depositar en la iglesia de San Esteban de Bari el 9 de mayo de 1087. Allí han permanecido hasta nuestros días y se dice que desprenden un aceite considerado milagroso. Por esta razón se le conoce en el mundo entero como San Nicolás de Bari.

La tumba del obispo fue abierta en la década de 1950 para la realización de unas labores de restauración y se les hicieron diversos análisis a los huesos. En 2004, la antropóloga inglesa Caroline Wilkinson se basó en estos estudios y en obras de arte de la época para reconstruir virtualmente el verdadero rostro de San Nicolás. El resultado fue la cara de un hombre de sesenta y tantos años, 1,68 metros de altura, piel morena, contextura robusta, mandíbula cuadrada y nariz rota. Muy diferente de su famoso alter ego navideño.

De Holanda al Nuevo Mundo

Por su condición de protector de los marinos, la popularidad de San Nicolás fue especialmente grande entre los holandeses (navegantes por excelencia) quienes hasta hoy lo celebran cada 6 de diciembre cuando el santo, vestido con sus ropas obispales, llega al puerto de Ámsterdam en barco y recorre las calles a caballo repartiendo dulces y regalos a los niños.

La devoción a nuestro personaje pasó al Nuevo Mundo en 1621, cuando un grupo de holandeses desembarcó en la costa este de Norteamérica y fundó la ciudad de Nueva Ámsterdam, hoy llamada Nueva York. Aquellos hombres trajeron consigo a San Nicolás, cuyo nombre holandés, “Sinterklaas”, empezó a ser pronunciado por los angloparlantes como SANTA CLAUS.

Fue en Nueva York donde el obispo turco aceleró su conversión al personaje navideño que todos conocemos.

Dos escritores

En 1809, Washington Irving, uno de los primeros grandes nombres de la literatura estadounidense, publicó su libro satírico “Historia de Nueva York según Knickerbocker”, en el que representó a San Nicolás de una forma totalmente novedosa, pues lo despojó de su tradicional traje de obispo y lo secularizó al vestirlo como un paisano holandés alegre y campechano, con botas, gorro de piel, amplios pantalones y una característica pipa holandesa en la boca. Así mismo, lo hizo cabalgar por los aires sobre un caballo volador e introducirse en las casas por las chimeneas.

El 24 de diciembre de 1822, un respetable profesor neoyorquino llamado Clement Clarke Moore reunió a sus seis hijos para leerles un poema de 56 versos escrito para la ocasión al que tituló “Una Visita de San Nicolás”. Moore continuó la senda trazada por Washington Irving y siguió configurando los rasgos de Santa Claus: lo hizo un personaje simpático con estatura de gnomo y cambió el caballo volador de Irving por un trineo tirado por ocho renos a quienes incluso dio nombres: Dasher (“Brioso”), Dancer (“Bailarina”), Prancer (“Saltarín”), Vixen (“Juguetona”), Comet (“Cometa”), Cupid (“Cupido”), Donner (“Trueno”) y Blitzen (“Relámpago”).

El investigador Desmond Morris argumenta que Moore, erudito en literaturas orientales y clásicas, pudo inspirarse en algunas tradiciones mitológicas nórdicas a la hora de crear a los renos de Santa. Quizás tomó como referencia una creencia de los lapones, pueblo esquimal del norte de Finlandia, referentes a “El Viejo Don Invierno”, personaje que cada temporada invernal desciende de las montañas trayendo consigo los renos, el frío y la nieve.

Para el número de animales, la inspiración tal vez fue el dios Odín, quien, según la mitología nórdica, cabalga por el cielo sobre un caballo de ocho patas llamado Sleipnir (“El resbaladizo”).

A estos ocho renos originales, se unió a partir de 1939 Rudolph, el famoso cornudo de la nariz roja, creado por Robert L. May a petición de una tienda de Chicago y popularizado gracias a una pegajosa canción de Gene Autry.

El poema de Moore, hoy mejor conocido como “La Noche antes de Navidad” se publicó de forma anónima al año siguiente en un diario neoyorquino gracias a un amigo de la familia que logró hacerse con una copia de la obra. Aquellos versos gozaron desde entonces de gran popularidad, pero Clement Moore, temeroso de que perjudicaran su reputación como académico, no reconoció oficialmente su autoría hasta 1862, cuando ya contaba con 82 años.

Dos dibujantes

Thomas Nast, artista estadounidense de origen alemán, es una de las grandes figuras de la caricatura político-satírica de dicha nación. Suyas son las primeras representaciones del Tío Sam, así como de los símbolos populares de los partidos Republicano (el elefante) y Demócrata (el burro).

Pero Nast fue también uno de los principales responsables de la actual apariencia del personaje más querido de las fiestas decembrinas. En 1863 publicó en la revista “Harper’s Weekly” la primera de las muchas representaciones de Santa Claus que haría cada Navidad hasta 1886. Entre los atributos que Nast le fue agregando a San Nicolás  a lo largo de esos años figuran el Polo Norte como lugar de residencia, las cartas de los niños pidiendo regalos, el cinturón con hebilla y, muy especialmente (aunque hay controversia al respecto), el brillante color rojo de sus ropas, lo que echa por tierra la idea aún hoy muy difundida de que este último rasgo se debe a una popular marca de gaseosas, como en seguida se verá.

Las ilustraciones de Thomas Nast calaron hondo y fueron el cimiento de las representaciones de Santa Claus durante el resto del siglo XIX. Ya entrado el siglo XX, el antiguo obispo convertido en abuelo navideño experimentó su última y definitiva metamorfosis.

En 1930, una reconocida marca de bebidas decidió usar a Santa Claus en una publicidad navideña. El éxito fue tal, que al año siguiente contrató a un dibujante de ascendencia sueca llamado Haddon Sundblom para que rediseñara al personaje. Como resultado, Santa Claus terminó de humanizarse, pues dejó definitivamente atrás el aspecto de gnomo que a grandes rasgos había tenido hasta entonces y se volvió más alto, corpulento, amable y paternal. Tomando como modelo a un vendedor jubilado primero y a sí mismo después, Sundblom siguió consolidando esta nueva imagen con diversas ilustraciones realizadas entre 1931 y 1966. Santa Claus finalmente estaba completo. Y a partir de ahí conquistó al resto del mundo.

El Polo Norte

Thomas Nast estableció en el siglo XIX que Santa Claus vive en el Polo Norte. Pero, ¿en qué parte exactamente?

En Finlandia dicen tener la respuesta, pues desde hace algunas décadas es posible visitar el hogar oficial de Santa Claus en Rovaniemi, una localidad de la región finlandesa de Laponia cercana al Círculo Polar Ártico.

Surgida a finales de los años 40 gracias a una visita de la exprimera dama estadounidense Eleanor Roosevelt a la zona, “Santa Claus Village” está abierta todo el año y permite a sus más de 400 mil visitantes anuales alojarse, aprender a montar un trineo, enviar cartas desde su oficina de correos, experimentar un safari con renos… y por supuesto conocer al mismísimo Santa Claus en persona.

Con información e imágenes de El Universal.

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